13 ago 2009

John Ford: épica y ética


Muchos de los seres que habitan el cine de John Ford tienen un algo de Alonso Quijano. Se mueven mínimos, reducidos al tamaño de hormigas en planos generales de vastos escenarios. Arrastran sus demonios y sus sueños por paisajes polvorientos, como Don Quijote a través de los escasamente épicos parajes manchegos.

A menudo, estos hombres pierden cosas: sobrinas, guerras, mujeres o movilidad. Pero, curiosamente, la galería de losers que pueblan el cine de Ford (la doctora Andrews, Tom Doniphon, Frank Skeffington, Ethan Edwards, Frank `Spig´, los bandidos de Tres Padrinos o la soldadesca de No eran imprescindibles) despiertan la fascinación del héroe mítico. A veces, Ford se porta bien con ellos, y les regala crepúculos generosos, como al capitán Brittles de La legión invencible o al atormentado boxeador Sean Thorton en El hombre tranquilo.

Para Ford, como para Cervantes, la épica y la ética son conceptos indisolubles. Es fácil asumir la victoria; encajar la derrota, sin embargo, presenta complicaciones: nos obliga a ponernos frente al espejo, a redefinir nuestros esquemas vitales y nuestra moralidad. El concepto se lo robo a Peter Bogdanovich: "la victoria en la derrota". Ganar perdiendo: como Don Quijote, golpeado, vilipendiado, defenestrado, cuya última audacia es asimilar su propia cordura, negar la balsámica ficción. Muchos personajes de Ford fatigan los caminos (del desierto y del alma) desesperadamente; lo que buscan, en verdad, es apaciguar los volcanes interiores. En medio de una guerra perdida o de la negación de un futuro acogedor, el auténtico triunfo pasa por una redención ética. Por saber que se ha hecho lo que había de hacerse, aunque eso te condene al exilio de ruinas solitarias que hubieras querido compartir con una mujer que, ahora, se pasea del brazo de otro. La épica reside en el corazón de la ética: la victoria reside en el compromiso moral. Un compromiso que no entiende de leyes, reglas o normas; más bien, su búsqueda es la consecución de unos principios personales y, a veces, incomprensibles para los demás. Tantas veces, al final, han aceptado que ya no tienen cabida en la Historia, que el tiempo, peligroso depredador, se ha cebado con sus huesos; entonces, entienden que la labranza del futuro depende de otros, y se entregan a su destino de sombras errantes.

Quizás, tras encontrar el tesoro de los áridos paisajes de su alma, no les quede sino la tristeza. Pero al menos siempre sabrán que hicieron lo que debían hacer. Lo correcto.


No es el único nexo entre Cervantes y Ford. Para muchos, el primero inventó (o al menos concretó con la suficiente fuerza como para tener posterior relevancia) la novela poliédrica. En El Quijote se puede leer uno de los más apasionantes alegatos feministas que se recuerden; pero también, el monólogo de una mujer que halla la ansiada felicidad en el encierro y la sumisión.
Cuando hablamos del discurso de una película de Ford, debemos hacerlo en plural: ninguna de sus películas es el recital de una sola voz. Un ejemplo sería el final de Fort Apache: un picado exalta la marcha del Séptimo de Caballería; van a la batalla. Incluso -nos susurra Ford con elegíaca veneración- quizás perezcan estúpidamente, por culpa de la megalomanía o el orgullo de algún general sanguinario o majara. Pero precisamente ahí reside el respeto que inspiran: hombres abnegados, a menudo tratados injustamente, que dan la vida por proteger a su comunidad. Un plano basta para comprender sus principios, su viril exaltación del compañerismo, su deber para con el grupo que los acoge. Su destino es a la par titánico y trágico, glorioso e imbécil.

Entonces, la cámara nos deja con esas mujeres de futuro enlutado, que ven marchar a sus maridos e hijos. Y compartimos su tristeza, apoyamos su rebelión contra la muerte, su frustración ante un porvenir abandonado y sombrío, entregadas para siempre a honrar a sus muertos; observamos la marcha casi fúnebre de sus compañeros hacia el hosco desierto, y entendemos que esos hombres se dirigen al matadero.

7 comentarios:

refoworld dijo...

John Ford debería ser una asignatura en todos los colegios de enseñanza básica porque su enseñanza va más allá del cine. Me encanta esa comparación de èpica entre Ford y Cervantes. Mi favorita de Ford, entre muchas otras obras maestras, es 'Centauros del Desierto'.

Fiodor M. Dostoievski dijo...

Pues compartimos favorita, entonces. Y eso que cuesta escoger entre tanto peliculón. Me alegra que te haya gustado mi comparación.
Gracias por comentar, Refo.

Y encima se llamaba Alabama dijo...

La verdad es que, en efecto, los personajes de Ford son Quijotes contra molinos. Además es sugerente la evolución que tuvieron, los primeros losers, como bien los llamana, aparecen en la diligencia, evolucionan en centauros del desierto y cierran en el hombre que mató a Liberty Valance. Sus películas, en efecto son un manual de ético, a la par que un poema por un mundo irrecuperable.

J. Rogelio Rodríguez dijo...

Más allá de su sentido de la narración (del ritmo narrativo), yan heredero de sus clásicos inmediatamente cercanos, se erige -como tú bien comentas- una obra en la que la reflexión ética no puede disociarse de la ética.

A mí me sigue resultando paradigmático, en lo referente a la épica y ética de Ford, The Searches, y muy en particular la (aparente)ambigüedad ética de Ethan,... cuya complejidad como personaje se va tejiendo magistralmente durante todo el desarrollo del film, hasta su secuencia final (no exactamente la "final", me refiero al rescate de su sobrina), tan inesperada como conclusiva... Una lección de ética, como decía uno de los comentarios a tu entrada.

Me ha gustado mucho la síntesis que has realizado entre la reflexión ética cervantina y lade John Ford. Mas que sugestiva.

Un cordial saludo.

El Miope Muñoz dijo...

A mi me gustan mucho algunas de sus películas, ninguna mejor que Centauros, por cierto, pero está muy sobrevalorado, quizá por su estilo teatral y fácilmente identificable.

Hawks tiene una libertad que ha visto mejor Manny Farber, un estilo compositivo (y, claro, unas ideas) superiores a las del Old Grumpy Old. Vamos, que Ford hizo obras maestras embelleciendo sus recursos y Hawks inventó, innovó, exploró.

Son diferencias, claro.

Fiodor M. Dostoievski dijo...

No te falta la razón, aunque lo del estilo compositivo superior me parece más atrevido y discutible.
Cierto es que Hawks exploraba y Ford sublimaba lo que anteriormente habían inventado/consolidado otros otros como Griffith... .
Saludos.

Teo Calderón dijo...

Leí en el foro de cine clásico de CINeol tu escrito sobre el cine de Ford y las conexiones que estableces con el Quijote cervantino. Irreprochable. Pero lo que me llega más directamente es esa parte central del artículo en el que te refieres a unos personajes fordianos que son los que más profundamente siento y cuyo dibujo y devenir en algunas películas de su etapa de madurez me han procurado momentos de intensa emoción. Personajes trágicos y anacrónicos, de oculta grandeza, como el Nathan Edwards de “CENTAUROS DEL DESIERTO” y el Tom Doniphon de “EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE”, y también, en cierto modo, el Frank Skeffington de “EL ÚLTIMO HURRA” (sencillo y a la vez impresionante ese travelling lateral nocturno que sigue a un vencido Spencer Tracy caminando solitario en sentido contrario al de la muchedumbre que al fondo del encuadre sigue al representante del “progreso”).
Pero, en fin, si alguien me obligara a la estupidez de tener que elegir una sola secuencia que definiera la fuerza dramática del cine de Ford, la belleza y el poder de síntesis de su puesta en escena y la capacidad para emocionar de algunas de sus imágenes, esa es la de “EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY VALANCE” en que Tom Doniphon (John Wayne en su mejor trabajo para Ford), comprendiendo que ha perdido a Hallie en beneficio de Ransom Stoddard, borracho y vencido por los acontecimientos, contempla el dormitorio a medio construir añadido a su cabaña y que ya nunca terminará. Estrella su candil contra el recinto y las llamas consumen su futuro.