31 ago 2008

En cartel (VI): Del Toro y Perlman atacan de nuevo


HELLBOY II: EL EJÉRCITO DORADO (2008), de Guillermo del Toro.


Tras aquélla inquietante fábula sobre miedo, imaginación y rebeldía titulada inolvidablemente El laberinto del fauno, del Toro, el perpetrador en cuerpo y alma del film, vuelve a los circuitos comerciales y al cine masivo para volver a vendernos la vuelta del superantihéroe más gamberro que haya pasado por viñeta y por pantalla.

Y es que si la primera Hellboy resultó un film de entretenimiento, sin altas pretensiones, pero sumamente original, estupendamente diseñado y ambientado, entre gozoso y melancólico, que encontraba su mayor baza en un gamberrismo que escapaba a resoluciones escénicas y de guión convencionales, ésta secuela la supera en todo.

Es una montaña rusa de dos horas, el entretenimiento llevado a su máxima expresión. Del Toro ha madurado como director desde su última película, y se nota. Narra mejor, escribe mejor, ambienta mejor, dirige mejor.

Y si durante sus primeros veinte minutos, Hellboy II se presenta como una muy decente continuación de los personajes de la primera entrega, la película se eleva hasta levitar a partir de cierta visita (Que no comentaré mucho, para no arruinársela a nadie) a un mercado subterráneo.

El director demuestra, una vez más, aquí y en tantísimas escenas posteriores de la película, su enorme capacidad para ambientar espacios insólitos, frutos de una concepción muy personal del universo fantástico; y, por supuesto, para diseñar monstruos y bichejos sencillamente inolvidables. Así pues, Hellboy II no se limita a ser simplemente una continuación más espectacular que la primera parte (que lo es), sino que del Toro da rienda suelta, como nunca, a su imaginario fantástico, recreando un universo mágico que perdura en la mente de uno cuando ya ha terminado la película, realmente envolvente, gracias no sólo a su capacidad como diseñador de criaturas extrañas, sino también a su minuciosidad al trabajar y mimar hasta los más mínimos detalles. Y actualmente, sólo Tim Burton ha sido capaz de hacer algo parecido.

El resultado es un film no sólo visualmente impresionante y potentemente ambiental, sino, una vez más, atravesado por una suave amargura, por cierta melancolía, al regresar el director al trato de personajes que son auténticos freaks, outsiders en toda regla, pero intensamente humanos, capaz de sentir desesperadamente y de vender el mundo por amor o de rebelarse contra las estúpidas jerarquías que rigen la sociedad. Son héroes románticos, en toda regla.

Otra de las grandes hazañas del film es su antimaniqueísmo (nada de triunfalismos al derrotar a los enemigos) y el evitar resoluciones tópicas, trilladas y facilonas. El malo maloso no es tan detestable, y es casi la otra cara del protagonista: al igual que Hellboy, es un ser despreciado por el ser humano, relegado a una mera reserva subterránea, el último bastión de una especie aniquilada por quienes hoy gobiernan la tierra. La línea principal de la historia, que surge a partir de un bonito cuento popular, concluye de manera misantrópica y pesimista. No hay redenciones públicas del (anti)héroe. El ser humano muestra su auténtica cara. Y por cierto: hay una memorable secuencia, dignificante y bella, en que la muerte de uno de los enemigos se convierte en un suspiro final (con polen incluido) hermoso y agridulce.

El sentido del humor permanece intacto, el gamberrismo del escasamente ortodoxo protagonista soluciona secuencias que hubieran dado lugar a diálogos empalagosos en films de mayores pretensiones (no quiero señalar): concretamente, hablo de cierto momento en que la cursilería que a veces implica el sentimiento amoroso es tratada con tanta ternura como buen sentido de la parodia. Y hacia el final, una declaración de amor se resuelve sin palabras: sólo con dos manos tocándose. ¿Quién encuentra hoy, en el cine, sea más o menos comercial, tan enfermo de evidencias, tal capacidad de sugerir con tanta sensibilidad?. La poesía, nuevamente, camina de la mano de los personajes; del Toro es un creador caro a las metáforas y a las salidas líricas, y no renuncia a ello en un film tan claramente comercial como este.

Así pues, nos encontramos con cine de entretenimiento prácticamente perfecto. Magníficamente narrado a través de un guión más sólido que el de la primera parte, visualmente delicioso, inmersivo; espectacular y poético a partes iguales. Una fantástica explosión de acción de primera clase por un lado, y un sencillo pero no por ello menos contundente y perdurable canto a la desobediencia y al amor. Y una patada en plenos testículos del ser humano y su detestable forma de odiar y destruir lo diferente, lo extraño, lo ajeno. Sin moralina, sin discursitos redundantes. Una obra maestra del cine espectáculo.

2 comentarios:

Momo dijo...

He de confesar, con mucha vergüenza jajjaa (en serio, aunque me ría) que El laberinto del fauno la vi aquí, en tierras chilenas. Pero, estoy medio obsesionada desde que la vi. Es buenísima. Me gusta mucho la parte de la raíz de mandrágora (creo que era) y cómo cuando la arrojan al fuego se establece el paralelismo con el aborto de la madre. Ah y también la mezcla de cuento de hadas e historia política y cuando el protagonista se está afeitando, esos planos me parecen geniales. ¡Un beso muy fuerte Nacho y a ver si me escribes que os echo mucho de menos a todos!

Fiodor M. Dostoievski dijo...

Muchas gracias por escribir, Tejedora. Tenía ganas de saber de ti. Siento no haberte escrito, pero cuando escribo a alguien me gusta hacerlo en condiciones y no el típico correo electrónico que más parece un sms. No te preocupes, pronto sabrás de mí ;-)

Realmente, El laberinto del fauno es siempre un cuento, cuando narra los acontecimientos "reales" y los fantásticos. Todo es una apología de la desobediencia y de la imaginación como arma subversiva contra las imposiciones de la realidad.
Por otra parte, si te fijas, hay paralelismos entre los personajes de Maribel Verdú y la protagonista. Ambas están viviendo una historia en la cual deben decidir entre la obediencia y la desobediencia, entre enfrentarse a los monstruos (ya sea un oficial fascista o un bichejo con ojos en las manos) o rendirse.
Gracias de nuevo. A ti también se te echa de menos. Un beso.