12 oct 2008
En cartel (VIII y IX): De terroristas y espías
23 sept 2008
Reivindicación (II): Padre Padrone
Esperaba de Padre patrón un film combativo y comprometido, pero de realización mediocre, con abundantísimos e injustificados zooms (marca de tiempo y de lugar) y personajes planos y de una sola pieza. Todo al servicio de un mensaje de presunta contundencia, pero mucho más cercano a lo peor del realismo socialista ruso que al precedente neorrealista.
Afortunadamente, no se cumplieron las expectativas. Es una película sencilla, con una estructura externa ciertamente extraña, entre brillante y caótica, pero arriesgada en todo caso. El enfoque realista tanto de personajes como de situaciones, la planificación con reminiscencias del impresionismo más naturalista y la mixtura entre lo social y lo lírico, entre el estudio psico-social y la reflexión acerca del lenguaje como forma de rebelión construyen un film auténticamente sólido, lleno de fuerza, con un naturalismo para nada impostado. Desconcierta por su sequedad y su aridez, pero también emociona por la fuerza que tienen las situaciones propuestas, utilizando como lírico leit-motiv el balanceo del solitario protagonista. La capacidad de los Taviani de desarrollar unos personajes creibles, sin aristas, pero llenos de recovecos, es destacable, tanto como la labor de los actores amateurs, en muchos casos, interpretándose a sí mismos. Y sí, hay didactismo, pero el maniqueísmo queda fuera de su ámbito; es un film con un claro enfoque marxista sobre el presente italiano (particularmente del sur subdesarrollado), pero el hecho de focalizarlo sobre un caso concreto, con detalles que aportan verosimilitud (Extraídos de la biografía de Ledda), y de huir de la unilateralidad temática (yendo más allá de la denuncia antipatriarcal) y de los personajes de una sola pieza le aportan las dosis justas de inteligencia y credibilidad que terminan de redondear la película. Cruda y sincera.
20 sept 2008
En cartel (VII): Una de turistas
7 sept 2008
El horror, el horror (I): Sopor en Venecia
Muerte en Venecia (1971), film sacralizado por la intelectualidad de todas las épocas, aplaudido por su infinita exquisitez, por su magistral dominio de lo grotesco, por sus hondas reflexiones sobre arte y vida, moral y decadencia, no me gusta. Y no es tan sólo por los inacabables planos secuencia que muestran la estática y casi fosilizada presencia aristocrática en una ciudad decadente y que alguna vez fue esplendorosa. No. No es sólo que en su primera parte la película me sea tan indigesta como comerse una tostada untada con plomo líquido. Es que me cae mal.
Me cae mal ese antipático protagonista y su irrisorio debate artístico-moral; me cae mal Visconti, intentando contagiar de intelectualismo cada plano interminable; me cae mal la forzadísima sensibilidad de la que presume la película; me cae mal el perpetuo postalismo; me cae mal su convencimiento de que está contando algo importante, trascendente y extraordinario pretendiendo fascinar a través de imágenes tras las cuales, sólo hay desolador vacío; me cae mal lo grotesca que puede llegar a ser; me caen mal los abundantísimos y redundantes zooms (Tan a la orden del día en el cine italiano de los ´70); me cae mal el afectado Dirk Bogarde; me cae mal, en fin, por lo enfática, reiterativa, intelectual e hipersensible que llega a ser.
Sólo los primeros planos, del barco llegando a Venecia, al ritmo de (eso sí) su hermosa banda sonora, me despiertan algún interés. Eso y poco más. Muerte en Venecia pretende una densidad que me lleva al sopor. Pero ojalá fuera un film aburrido: es, además, cargante e irritante. Y ha envejecido, técnicamente hablando, fatal, como ha ocurrido con tantos films de la última etapa del director.
31 ago 2008
En cartel (VI): Del Toro y Perlman atacan de nuevo
18 ago 2008
En cartel (V): Doble ración de Chris Nolan
Nolan inicia la película con el claro enfoque de lo que es una secuela, retomando los personajes de la entrega anterior donde los dejó.
Y de la cuidada y clásica estructura en dos partes, pasamos a una película que, en muchas ocasiones, deja la sensación de estar formada de una pieza. Todo parece un gran todo, una película divisible interiormente (por el viaje mental del personaje principal), pero sin quiebres evidente en su desarrollo externo, más bien monocorde.
El film se abre, y desde la primera secuencia avanza como un tren a toda velocidad. Y cada vez olemos mayor negrura en el alma de los personajes, y cada vez la decadencia y la sombriedad cobran mayor fuerza. Hasta llegar a una compleja conclusión, que reflexiona sobre la necesidad de la leyenda de una manera con claros ecos de El hombre que mató a Liberty Valance (1962) y Fort Apache (1948).
La violencia del ¿héroe? es escrutada por los hermanos Nolan en un guión más turbador que el de Begins. La línea entre el bien y el mal es cada vez más difusa, y no dudan en darle a Batman el protagonismo de escenas capaces de ponerle a uno los pelos de gallina. Incluidos dos escalofriantes interrogatorios que acaban en tortura.
Pero antes que nada está el Joker. Una mitificación segura, por la temprana muerte del gran (Como demostró en la impagable Brokeback Mountain (2005)) Heath Ledger. Pero más allá de mitomanías y tonterías, no creo exagerar al decir que ha creado un villano de antología. Un bufón-filósofo, un marionetista terrorífico y cómico, perturbado y perturbador, que mueve Gotham a su antojo. Una especie de manipulador shakespiriano, un Yago implacable. Cada frase en su voz resuena inevitablemente en mi cerebro. Es una creación tridimensional; sólo en un brote de genialidad alguien podría darle auténtica tangibilidad a un villano de comic, convertirlo en un ser aterradoramente realista. Es la voz del caos que resuena bajo la fina capa de hielo de la civilización. O sea: en todos nosotros. Fascinante y repulsivo; absorbente, al fin y al cabo.
Es el Joker el auténtico protagonista de la película, conocedor de las pulsiones más secretas del ser humano y de los resortes que las hacen saltar a la superficie. Él mueve los hilos. E incluso Batman se siente impotente, como un mero espectador, ante su fuerza terrible, implacable, infinita. Jack Nicholson se ha quedado sin pantalones.
No queda atrás la estupenda caracterización de Harvey Dent ni su presencia en la película, lo cual es un gran elogio al tener que medirse y compartir planos con un personaje tan complicado, enrevesado y complejo como The Joker. Y no se debe olvidar a intérpretes de renombre como Morgan Freeman, Michael Cane o, sobre todo, Gary Oldman, dando rostro y espíritu, maravillosamente, al comisario Gordon.
Por todo ello, la negrura de El caballero oscuro no es superficial. Brota de sus entrañas y se extiende hacia afuera hasta volver tornadizo todo lo aparentemente estable, convertir el bien en mal, y el mal en una sencilla inclinación de la naturaleza. Acojonante. Sin conclusiones ni soluciones autocomplacientes.
Y qué decir de las retorcidas escenas de acción y suspense, en las cuales Nolan hace alarde de un uso sobresaliente del montaje paralelo, llegando por momentos a una tensión insoportable. Y en la mitad del metraje, una persecución impresionante, de las que hacen historia.
Así pues, estamos hablando de un film que es a la vez un espectáculo de fuegos de artificio constante, pero de una densidad narrativa y psicológica importante. Entretenida, explosiva, pero permantemente introspectiva.
Sería injusto no hablar de lo que no me ha gustado o no me ha gustado tanto de la peculiar tragedia del murciélago.
En primer lugar, la sobredosis de música, usada con cierto vulgar academicismo en ciertos momentos, subrayando cada sentimiento proyectado en pantalla.
Por otra parte, Nolan quería realizar la película definitiva de superhéroes, lo cual hace que en el tono del film se mezcle lo grandioso con lo grandilocuente. Uno siente que está recibiendo un bombardeo de información constante, que no hay escenas de transición, que Nolan quería hacer de cada secuencia una joya en sí misma. Resulta, para bien y para mal, un tour de force de intensidad, que por ello cae, en -pocos, por suerte- momentos, en cierta voluptuosidad forzada.
También, la pérdida de entidad del espacio en la película es reseñable. Nolan olvida el inolvidable Gotham de Begins y convierte el de El Caballero oscuro en una ciudad luminosa y diurna, en la que la importancia de ésta brilla por su ausencia. Excepto en algunas excepcionales escenas de interiores, o en la espectacular (¿innecesaria?) parte desarrollada en Hong-Kong, que viene a ser un ejemplo interesante de esa búsqueda de la espectacularidad más supermegainsuperable a toda costa, que ya había mencionado anteriormente.
Pero aparte de su tono pretencioso (que por otra parte, ayuda a que la película resulte abrumadora, como es) y de la ausencia de una Gotham tangible, el film cumple con creces lo que prometía. Es Shakespeare fusionado con Frank Miller, todo ello filtrado a través del cerebro privilegiado de un indudablemente genial director (Para dejar de dudar de su talento, ver The Prestige (2006) ), que ya hace tiempo que dejó de convertirse en un tipo interesante a quien seguirle la pista para empezar a caminar paralelo a lo mejor que puede ofrecernos el cine americano actual.
Es un espectáculo fastuoso y divertido, pero también una película de indudables pretensiones artísticas. Es tan conscientemente intensa y abiertamente ambiciosa que muchos podrán cansarse de su permanente altisonancia. Tiene gancho y capacidad de fascinación a raudales; pero también, ciertamente, existe la posibilidad de que uno salga con mal cuerpo del cine tras haber visto lo que ve. Lo mismo que le pasó a un servidor, que casi temblaba a la hora de dejar la sala.
Una demostración de que una película de superhéroes puede ser tan reflexiva, compleja y ambigua como la que más. Enorme (en todos los sentidos, para bien y para mal).
9 ago 2008
Brevemente (II): L´Atalante
23 jul 2008
En cartel (casi): la nueva película de Pixar
24 jun 2008
Reivindicación (I): Brother, de Takeshi Kitano
El hecho es que creo que es una de las películas más ignoradas dentro de la filmografía del director/actor, y, por contra, resulta uno de los films de gángsters más interesantes de ésta última década. Por encima, por poner un ejemplo, de películas interesantes pero sobrevaloradas como Infiltrados (2006), de un poco inspirado Martin Scorsese.
Brother no se ciñe a una trama con pocos personajes que luchan por el poder, sino que narra el ascenso de una simpática banda de camellos de poca monta gracias a la aparición de un lider de la yakuza, hermanastro de uno de ellos. Este personaje, interpretado por el propio Beat Takeshi, es el epicentro de la película: hombre violento, salvaje pero leal, de rostro pétreo pero secretamente sentimental, un tipo que ha aprendido todo lo que podía en la vida, incluso trampas para ganarle una partida al azar... . Partida, que, por cierto, ya huele perdida inevitablemente desde el comienzo de la película. Pero así funcionan estos tipos, que no conciben la muerte física como el peor de los males de un hombre, sino la muerte moral: la deshonra, la cobardía y la deslealtad.
Sin un argumento definido, narrada con abundantes elipsis y distintos episodios (según sea el grupo mafioso al que se enfrenten), Brother se centra en la relación que surge entre los personajes, teñida de un humor simpático e infantil, de algún que otro instante con indescifrables simbolismos y, por supuesto, intercalando en medio de la calma fogonazos de violencia cruda y brutal (todo esto, marca de la casa).
Curiosamente, tampoco es un film que se centre en la psicología del conjunto de personajes... . Extrañamente, consigue el cariño del espectador hacia estos.
Poco a poco, palpamos cómo la tragedia sube por la garganta, hasta una inesperada y hermosa conclusión que nos recuerda que la fraternidad no es asunto de sangre, y que incluso un negro y un amarillo pueden llegar a ser auténticos hermanos.
Por cierto, para los interesados en la liturgia yakuza y en su modus operandi, ésta película resulta toda una joya de documentación en ese sentido.
20 jun 2008
En cartel (IV): Vuelve Darabont
17 jun 2008
En cartel (II): Morir de un mal aire
Siempre que se escribe sobre el director hindú afincado en Estados Unidos Manoj Night Shyamalan, (En realidad, Manoj Nelliyattu Shyamalan) se dice lo mismo: que levanta tantas pasiones como odios, que crítica y público no hacen sino dividirse cada vez que estrena un film. Todo ello es cierto, pero a estas alturas, redundante. Por tanto, me limitaré estrictamente a mi opinión y dejaré de lado el manidísimo debate sobre las particularidades de su cine y por qué éstas siempre propician opiniones irreconciliables.
16 jun 2008
Brevemente (I): Anna Karina baila
La siguiente secuencia pertenece a la película Vivir su vida (1962), del por entonces renovador, fresco y subversivo Jean-Luc Godard. Muchos repararéis (Si es que no lo sabíais ya antes) en que Quentin Tarantino homenajea este baile en su último chistecillo con atavio de película, Death Proof (2007).
No es difícil identificarse con Godard: ¿cómo no indagar con la cámara en el hipnotismo fotogénico de ese rostro, en un particular retrato oval cinematográfico?. Dejando fuera cualquier apreciación sobre la película (A los interesados les puedo recomendar varios artículos maravillosos), pasamos al vídeo.
15 jun 2008
En Cartel (I): Indy ha vuelto
No pocos de nosotros, siendo unos criajos, tomamos la decisión de ser arqueólogos porque un menda que paseaba doquiera que fuese un látigo, un sombrero Fedora y una chaqueta de cuero marrón, nos había enseñado realidades tan ilusorias como que la arqueología era una irresistible combinación de investigación detectivesca (a lo Poirot, a lo Holmes) y brincos, saltos, volteretas y puñetazos, en pos de objetos míticos y milenarios que escondían fuerzas sobrenaturales y sorpresas imprevistas.
Aún pasando el tiempo y dejando atrás los tiempos de los castillos de arena (snif), un servidor no puede sino exaltarse con febril entusiasmo cuando las revistas, televisión y radio braman que una de sus referencias vitales de la infancia -y de siempre- ha vuelto (de donde sea que vuelvan los héroes cuando su inventor decide aparcarlos).
Han pasado diecinueve años desde que Indiana Jones y La última cruzada (1989) llegó a los cines. Y hace más o menos la mitad de ese tiempo, que George Lucas y Steven Spielberg empezaron a jugar a ser los Pimpinela del mundo del espectáculo, anunciando nuevos guiones para rodar una fatigosamente postergada vuelta del cazatesoros más célebre de la historia cinematográfica.
Al final, cuando te largan que van a comenzar el rodaje, que tienen todo preparado, que el proyecto empieza a dar frutos, no puedes evitar una carcajada cínica ("¡Venga ya!").
Tuve tiempo -sobre todo las semanas antes del estreno- para temer la posible decepción. Pero la ilusión de que volviera Indiana Jones, el (¿anti?)héroe más célebre e influyente del cine moderno y contemporáneo, con las apasionantes pesquisas de siempre, el fresco sentido del humor y la acción de primera clase era una promesa demasiado seductora como para acabar con la esperanza y la expectación de tantos años.
Y es que el cine, por más que muchos se avergüencen de admitirlo, es también fuegos artificiales, cabriolas y, en fin, entretenimiento, espectáculo, alborozo. Y ya sé, adoradores obsesivos de Godard, Apitchapong Weerasethakul y Jia Zhang Ke, que para vosotros las nociones de ritmo, sentido del suspense y del misterio son superficiales, hueras, asuntillos propios del cine burgués, eternamente anquilosado. Pero bueno, ¿qué se le va a hacer?, yo no me avergüenzo de divertirme con una narración clásica, lineal; con una historia contada como toda la vida.
Los tres asuntos que me tenían preocupado antes de poder sentarme tranquilamente en la butaca a sufrir o disfrutar el espectáculo eran lo siguientes:
1) Que la película se limitase a ser un film de acción eficiente, pero hubiera perdido la esencia Indy: humor, autoparodia, aura mística, viajes tan misteriosos como divertidos, entre lo detectivesco y lo puramente aventurero.
2) Que fuese, finalmente, un simple cúmulo de autorreferencias y guiños que manipularan tramposamente la mitología creada por las anteriores entregas. En otras palabras: que dejara de ser una película independiente, como lo eran las otras tres.
3) Que no supieran aportar un nuevo punto de vista sobre el personaje, que no le diesen juego al cambio de edad del personaje, que se limitaran al autoplagio.
Sin más preámbulos: ninguna de las tres premoniciones se cumplió.
A Steven Spielberg, tras exprimirse coco y dejarse el alma en esa sombría y nada autocomplaciente reflexión que es Munich, no es difícil imaginárlo frotándose las manos con euforia adolescente al reencontrarse, ya rozando la senectud, con su juguetito cinematográfico particular. Ha logrado con creces su propósito. La película respira desde el frenético prólogo el aroma del viejo cine de aventuras que Indiana Jones homenajea y parodia (¿Quién decía que ambas cosas eran la misma?). La energía del arranque promete una película a la altura del resto de la saga y consigue con creces ganarse un sitio junto a la trilogía.
La trama detectivesca desarrollada en Perú quizás sea la parte más floja de la película, no por falta de corrección en su artesanal ejecución sino por previsibilidad y sabor a deja vú.
Aparte de eso, han sabido encontrarle a Indy un nuevo acompañante a la altura, rodar unas escenas de acción memorables, escribir unos diálogos afilados y divertidos y, por tanto, hacer una película para mirarla boquiabierto y con ojos como platos, que nos recuerda que todavía hay directores que son capaces de hacer un cine masivo inteligente, magia de la evasión, capaz de robarle las pupilas a cualquier espectador, independientemente de la edad.
Así, nos encontramos con dos de las persecuciones mejor rodadas de los últimos años (Sobre todo, una que sucede en plena selva amazónica), sulfúricas sesiones de esgrima, saltos y caídas imposibles y, por si faltaba algo, hormigas carnívoras en evidente referencia a Cuando ruge la marabunta. Lo más insólito para mí, de todas maneras, fue volver a ver una pelea a puñetazo limpio, de esas que dejaron de estar de moda hace tanto tiempo, desde que en el cine de acción se ha decidido que todo duelo debe estar aderezado por supersaltos, patadas voladoras y todo tipo de florituras que, por el bien de mi aparato digestivo, mejor sería no comentar.
Y es que, huyendo de toda la tendencia contemporánea a la estética publicitaria y a la planificación de videoclip, Indiana Jones y ERDLCDC se presenta como un entretenimiento no sólo sano, sino necesario y reivindicable, recuperando esencias de un cine que demuestra que comercial y estúpido no son términos necesariamente indisolubles.
¿Ha cambiado algo respecto a las otras tres películas?. Sí, han pasado veinte años. Indiana Jones ya no es un mozuelo (Harrison Ford tampoco), algo que queda claro desde las primeras líneas de diálogo. En muchas escenas de acción su papel será secundario e incluso anecdótico.
Por otra parte, estamos en 1957: el enemigo de turno ya no es la Alemania nazi, sino la URSS. Y este cambio de época trae novedades: la paranoia anticomunista de la era McCarthy, la Guerra Fría, el secretismo con el que operaba el gobierno estadounidense y, por supuesto, la obsesión alienígena y las supuestas conspiraciones de dominación mental que el cine más apologético de aquélla época trataba de diseminar entre los ciudadanos.
En los primeros y masgitrales quince minutos, el film deja muy claro este cambio de época con todo lo que ello implica: pandilleros, un almacén militar en medio del desierto de Nevada, rusos,
pruebas nucleares...e incluso una nevera, ¡que para algo es Fría esta Guerra!.
Hay entretenimiento, hay escenas de acción tan espectaculares como ingeniosamente coreografiadas, hay humor de primera clase, hay autoparodia y homenajes... . Al final, la espera mereció la pena.
John Williams vuelve a componer la BSO de la película: la música sigue siendo casi plenamente narrativa, y acompaña bastante bien los puñetazos, patadas y saltos. Es posible señalar que recicla demasiados temas de En busca de el arca perdida y de La última cruzada, pero sería injusto no hablar de varios nuevos temas solventes y apropiados.
La fotografía del ya habitual para Spielberg Janusz Kaminski, sin resultar mediocre, sí es verdad que disneyfica un poco el look necesariamente poroso y envejecido de los filmes de Jones.
El guión de Koepp funciona muy bien, sobre todo a nivel de diálogos, aunque se le podría haber exigido alguna explicación más sobre algún punto finalmente oscuro de la trama, y un mayor desarrollo del personaje de Marion Ravenwood, cuya presencia es la única concesión injustificada a las anteriores películas, ya que su funcionalidad es la de ser un mero guiño.
Los intérpretes cumplen, especialmente un magnífico Harrison Ford con los pantalones caídos y ligeramente encorvado, que sabe comunicar los matices que ha adquirido su personaje, cada vez más profesor y menos aventurero, cada vez más temeroso y menos temerario. Asimismo, hay que aplaudir la memorable composición de una Cate Blanchett que dibuja en su rostro la mirada y la gestualidad de una villana más propia del comic que del cine, que también acaba siendo la mala más humanizada de la saga. Shia LaBeouf, tras su estrepitosa seudointerpretación en Transformers lleva más que correctamente su interpretación de motero macarra, a lo Marlon Brando en Salvaje.
Spielberg no ha decepcionado. Ha rodado con mano maestra un entretenimiento a lo grande. Cine de acción y aventuras del que se echaba de menos. No todos los días resucita un héroe tras veinte años muerto, pero, aún más importante, no todos los días resucita bien. Y es ese el gran logro: haber mantenido la esencia sin traicionarla a pesar del tiempo que ha pasado.
*Tengo el guión de Darabont en PDF. Si estáis interesados os lo envío al e-mail.